lunes

Son of a gun.


A...
A....
AP...
APA...
APATÍ....
APATÍA


APATÍA!




















I'm not the only one
with whom these feelings I share











































I'd be smilin'!

domingo

Sing me somethin' new.


- Hey, that's you?
-- No, man, It's you.
- Come on, It's not me, It's you.
-- It's your motherfucker ass, LOOK!.
- Oh, Fuck! It's me.














Wasted Years!

martes

Julio.

Apretaba bien fuerte los ojos porque tenía la sensación de que si los abría, la iba a ver parada a su lado, con el teléfono en la mano, tamborileando suavemente el plástico. Al mismo tiempo que ella aguantaba la respiración para no respirar el aliento gélido que le parecía que emanaba el auricular.
Llevaban unos segundos de silencio que hubieran podido valer todo el pasado de ambos. Pero no le daban ya importancia a esas cosas.

Está bien. El lunes?. No, el martes a la mañana. Ok.
Chau. Si…

Y cuando percibió a la lejanía, con un ruido casi metálico, cómo dejaba el cadáver del tubo sobre la mesa de su living, el tono de línea cortado le acabó por chupar el alma.
Y bueno. No la necesitaba tanto de todos modos.
Igual, con o sin ánima que le provocara vivir, maquinó toda la tarde. Porque oír su timbre femenino y gutural de respiración baja después de casi una década silenciosa sin nadie con sombrero que atendiera el teléfono del otro lado, solo dejaba como consecuencia nuevas noches de insomnio y un par de cafés de más.
Eso y un cierre definitivo.


Esta mañana te calzás la boina gris con un leve temblor en las manos. En tu indiferencia, recordaste, mediste y analizaste cada palabra dicha en la conversación de cinco días atrás. Guantes violetas, tapado viejo. Tu perfume a otoño de toda la vida. Y ese vacío de saber que te dirigís a una especie de suicidio compartido, inevitable y necesario. Aún así.. Qué sabés vos? Nada, después de todo. Psh.
En su momento, tu desición fue muy clara. Y tu orgullo predominante. Y claro, cómo no iba a serlo? si cuando decís chau, es un chau para toda la vida, no? Un chau abarcativo y a prueba de lágrimas. Casi como un portazo, rápido y efectivo. A partir del cual tenés tres opciones: volver a abrir, esperar a que lo haga otro o salir corriendo para no escuchar el ruido del pestillo siendo descorrido (o no).
Y.. si. Corramos que piernas largas no nos faltan.

Odias sentarte en los primeros asientos, porque llega a subir una vieja o embarazada, y tenés la obligación de sacrificar a tus ojos reflejados en la ventanilla, enmarcados patéticamente en el vaho helado.
Dos paradas. Tu corazón sigue latiendo solo porque el reloj le marca el ritmo. No querés saber qué pasaría si se mueren las pilas ya mismo. Así y ahora, que se calle el tictac (pero en realidad si querés, a ver si por una vez, no llegás a destino a voluntad).
Jamás te diste cuenta de lo rápido que pasan cinco cuadras.


A ella nunca le gustó la puntualidad de todos modos. Pero todavía había un margen de tolerancia, faltaban seis minutos para la hora acordada. Nada le dolía más esa mañana, que el cielo gris pintado para recibirlos juntos una vez más, cuando bien podría haber sido un día soleado y cálido, biendisímil de aquellos que tanto disfrutaban enredados entre las frazadas.
De repente, había envejecido un siglo y la taza en su derecha era el objeto más pesado del mundo. Después de la caja gris, aburrida, de oficina, que rompía con el orden natural de las cosas: descansaba sobre su mesa ratona.


También te sentís humillada por verte obligada a recorrer esa vereda otra vez, y tu pasado personificado en el portero, te sonríe burdamente mientras te sorprende tocando el timbre. Igual, qué timbre del orto. Siempre suena entrecortado, fuerte y agudo. Mejor aceptar la puerta abierta.


2.47 minutos tarde. Calma (igual no hay fuerzas para desesperarse).
El asensor en movimiento. Pecar o no de impaciente?
Ya no importa mucho lo que ella piense, se supone. Y con esa filosofía, abre la puerta sin esperar a ver que alguien vaya a tocar.

Te avisó el portero? (cuando no tocás la puerta y abren igual, se te va al carajo toda la compostura). Escuché el asensor. Ah, bien. Si.
Pasá. Gracias.

Conversación pesada y chiclosa. Ninguno tiene realmente ganas de enfrentarse a lo que deben. Pero la caja gris apura, y los fantasmas pesan tanto o más como la taza de café olvidada sobre el modular. Finalmente, después de los trece minutos más largos de su existencia, ella toma la iniciativa. Sus manos largas quebrantan el equilibrio de su departamento.

Y.. cuándo es? En tres semanas. Ah, poco. Si, la verdad que si. Estás listo? No se. Deberías saberlo, no le podés decir no se si quiero al párroco. Si ya se. Decidite, sabés o no? No. Entonces? Si se que vamos a hacer esto.
Y lo mirás a los ojos cansados, porque no podés hacer más que eso.
Bueno.

Mientras ves cómo destapa ese archivero del infierno, luchás contra las ansias de correr una vez más. De cerrar los ojos infinitamente y no mirar nunca lo que hay dentro. Sabés bien que no hay nada más catastrófico que el interior de los recuerdos.


Uno a uno, juntos y con la parsimonia de amantes viejos, fueron juntando los restos físicos de una historia olvidada. Algún que otro boleto de colectivo, una piedra, cartas varias, dos remeras y un par de guantes. Fotos, muñequitos y papeles de golosinas. Una flor disecada, collares, restos de un rompecabezas. Un beso.
Todo, todo fue a parar a una bolsa de consorcio más negra que el olvido mismo. Incluso el primer rastro de perfume.
De repente, todo olía a muerto, a podrido. En un instante, al arrojar el último objeto (un caracol que ya no tenía al mar adentro) todo fue obsoleto. Y sin más ceremonias (los grandes momentos de la vida no necesitan drama), cerraron la bolsa, coronada con un suspiro de ella involuntario.
Silencio.

Listo? Si. Seguro? Muy. Entonces terminé. Exacto.
Silencio.

Gracias. Se feliz con ella.


Y te vas. Sabiendo que finalmente, tu pasado te perdona y vos a él. Y que ya nada te ata, nuevamente. Sonreís al portero por última vez definitiva, sin pensar en que parece que te olvidaste la boina-aroma-a-otoño arriba. El cielo está más despejado. El bondi vino rápido, y los asientos del fondo estaban vacios.
Lástima el frio. Fue, se arregla con una frazada en casa.


Y cerró la puerta, sin comentar que un boleto de tren viejo le hacía las veces de señalador para los libros.