martes

Madrugada.

Paso errante, como todo un Don Juan, entré a ese lugar, después de copas rotas, de besos fríos, miradas penetrantes, una noche más, y parecía nunca terminar, esa extensión de terreno marfilado, perfectamente colocado, decorado con flores de otras épocas, de otras personas, más hoy no me era familiar, hoy no. Todo blanco, netamente blanco, casi perfecto, CASI porque cuando parecía perderme de manera intencional en esa dimensión desconocida ese 4 de noviembre a las 6.30 de la mañana, me tope con un cielo, escurridizo, que a simple vista parecía pudoroso, pero no, se extendía por toda mi perspectiva, por toda mi visual, y ahí estaba yo, contemplando la pintura más hermosa y casual que alguna vez capte. Y esas voces, mi suerte, esas voces que se imponían y gritaban “YO TAMBIÉN SOY PAISAJE” trágicas, me ponían alerta, como salvaje en su intemperie, eran risas, eran llantos, eran madres, padres, hijos, seres, felices, desdichados, apasionados, pero por esas horas dormitaban, porque ese mantel de cielo así lo exigía, así lo rogaba, y uno no podía hacer otra cosa que caer en las fauces de tanta belleza. Pero algo paso, como ese algo que modifica todo, ese algo que cambiaba mi humor, mi mirada, secaba mi boca, me forzaba a volverme metódico, rutinario constante, porque así me conocían detrás de esa puerta, así esperaban mi llegada, y yo que ya no espero nada porque los relojes me incomodan, nuevamente me vi obligado, a saborear resignación. Llegué a casa.





















Tengo que dejar de tomar...tanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario